Mi Experiencia Con La Enfermedad De Hodgkin  

Charles R. Atkins  

(Extracto del articulo de la revista Living Buddhism de mayo, 1997, página 13)  

A comienzos de 1987, cuando tenía 36 años, mi salud sufrió un rápido deterioro. Sufría severos dolores de espalda, profusa sudoración nocturna, comezón incontenible, escalofríos, náuseas y constante fatiga.  

Cuando los síntomas alcanzaron su cenit me diagnosticaron un linfoma de Hodgkins fase cuatro, de sombrío vaticinio. Tenía tumores cancerosos detrás de la oreja, a ambos lados del cuello, en el esternón y en el abdomen además de un tumor del tamaño de una pelota de golf en la columna. El equipo de oncólogos recomendó una agresiva combinación de seis ciclos de quimioterapia seguidos de radioterapia nodal total.  

Llevaba trece años practicando el budismo de Nichiren Daishonin, así que empecé a utilizar la entonación de Nam-Miojo-Rengue-Kio en la batalla de vida o muerte que libraba contra la enfermedad y los efectos secundarios del tratamiento. 

Seguía el protocolo médico al pie de la letra e invocaba –con la aprobación de los doctores- Nam-Mioho-Rengue-Kio con la intención de activar mi sistema inmunológico. Imaginaba que las células blancas de mi sangre estallaban en halos de luz rebosantes de energía espiritual, como los de las pinturas religiosas. Cada mañana y cada tarde imaginaba todo mi interior bañado por una luz sagrada que destruía las células cancerosas y revitalizaba las sanas. 

A los cuatro meses de tratamiento, me puse enfermo de muerte. Me hospitalizaron en una habitación aislada, tenía mucha fiebre y el sistema inmune deprimido, lo cuál me impedía continuar el tratamiento. Sentí que la muerte se acercaba muy a prisa y pedí a las visitas que se fueran. Comencé a invocar Nam-Miojo-Rengue-Kio con toda las fuerzas que me quedaban, anhelando concluir mi vida victoriosamente.  

La mañana de mi segundo día de hospitalización, temprano, tuve una experiencia cercana a la muerte: Sentí que miles de Budas me recibían y me llevaban a través de un camino fantástico, “el nirvana de la luz eterna." Tras lo que me parecieron cien años pero sólo fueron unos minutos, desperté feliz y renovado. La fiebre había desaparecido y me sentía revitalizado por dentro. La tomografía computarizada que me hicieron dos días después de esta experiencia reveló que no había ningún rastro de cáncer. 

Desde 1987 estoy libre de cáncer y gozo de perfecta salud.  
 

Nota: Hay otra experiencia de Charles Atkins.  

(Traducida y editada por Maria Serrano-López y Angi Caperos) 
 
 
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